sábado, 5 de diciembre de 2009

El baile mágico, por Gabriela Maiztegui

El baile al final del primer día nos sorprendió porque al menos yo no tenía ni idea de lo que íbamos a hacer. De repente cuando llegamos a la sala del gimnasio decorada, a oscuras con solo unas luces claritas, todo negro y Gabriela en una escaleta subida con un vestido largo me encantó, pero tengo que reconocer que me dio un poco de miedo por lo que podría pasar.
Cuando ya estábamos todos, Gabriela nos metió en el cuento de la Cenicienta mientras andaba por la sala toda en silencio, mientras sonaban las cáscaras que llevaba en la parte de abajo del vestido, era un sonido relajante y misterioso. Así comenzamos a bailar por parejas el vals del baile de la Cenicienta y el príncipe, cuando Gabriela decía cambio debíamos cambiar de parejas. Al principio este ejercicio fue un poco brusco porque no nos conocíamos casi nadie y deberíamos acercarnos, agarrarnos y estar un tiempo juntos, por lo que había que hablar, pero poco a poco nos fuimos soltando todos y empezamos a hablar y bailar como si llevásemos toda la vida.
Con este ejercicio consiguieron que nos soltásemos, que nos pusiésemos en situación de bailar, de relacionarnos, de confiar en los demás y no pensar en la vergüenza ni en lo que iba a ocurrir después.
Una vez que bailamos el vals con distintas parejas, nos tuvimos que poner unas vendas, que nos habían dado al principio, y nos dieron unos zapatos de cartulina.
Con esos zapatos de cartulina encontraríamos a nuestra pareja de baile. Una vez que estábamos con nuestra pareja de baile empezamos a bailar vals por toda la sala, pero con lo ojos vendados. El objetivo de este baile era sentir a nuestra pareja con otros sentidos que no fuese la vista, que es el que usamos normalmente. Mientras bailábamos Gabriela iba describiendo lo que ocurría en una voz bajita, y nos iba diciendo partes del cuerpo que podíamos tocar de nuestra pareja para averiguar quién era pero con otros sentidos. Personalmente el objetivo conmigo funcionó porque me sentí rara bailando con los ojos cerrados con una persona que no conoces, en un sitio que tampoco conoces y como no ves por donde vas tienes cierto miedo a chocarte, a pisar a otras parejas o a caerte. >Mi pareja era un chico y me resultó fácil saber quien era porque sólo había cuatro chicos y él me describió cómo era. Pero él lo tuvo más difícil porque yo era chica y había millones de chicas, intenté describirme pero no fue fácil, así que siguió las instrucciones de Gabriela y tocó el pelo o el zapato, pero aún así no bastó para que me reconociera. Esto hizo que nos liberáramos con el tiempo, que conociéramos a más gente y que nos acostumbráramos a guiarnos por otros sentidos que no fuera la vista.

Y ya llegó la hora del baile final, ya no por parejas sino individualmente. Todos en grupo debíamos imitar el baile de Gabriela, que iba al ritmo de la música que era como africana, de tribus, la verdad es que estaba muy bien para bailar. Además los pasos del baile eran geniales porque eran muy exagerados todos, como si fuese un ritual y nos reímos un montón, no del baile sino de vernos unos a los otros bailando así porque nos resultaba raro. Así perdimos mucha más vergüenza, nos reímos juntos, hablamos entre nosotros y soltamos energía, cansancio y estrés de todo el día, liberamos nuestro cuerpo moviendo todas las partes del cuerpo y parecía que expulsábamos las malas vibraciones. Bailamos canciones como el famoso “machete-macheteeee” que nunca olvidaremos y que repetimos al final del baile.
La verdad es que me lo pasé muy bien en el baile, fue lo más práctico y lo más gracioso del curso porque fue diferente a todo lo demás. Nos ayudó mucho a juntarnos, a relajarnos y divertirnos. Aunque también es cierto que al final del día, después de estar tantas horas sentado en un mismo sitio y ya era de noche, hacía frío y no nos apetecía bailar nada, pero una vez que nos pusimos a bailar nos olvidamos del resto del día, de todo lo que ocurría fuera de la sala, de la hora que era, del camino que nos quedaba hasta casa y de todo.

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